Cuando “hacerlo bien” nunca es suficiente: el coste oculto del perfeccionismo
¿Has sentido que, aunque hagas las cosas bien, nunca es suficiente?
Esta necesidad constante de mejorar, ese nivel de autoexigencia que no concede pausas. El perfeccionismo puede disfrazarse de "fortaleza" o virtud, pero en muchas ocasiones actúa como un ladrón silencioso: te resta energía, ataca tu autoestima y sabotea tu bienestar.
El perfeccionismo: entre la excelencia y la trampa
En un mundo valoramos la productividad, el perfeccionismo suele recibir elogios y reconocimiento. Se asocia con responsabilidad, compromiso, excelencia. Sin embargo, en consulta es frecuente ver cómo este patrón mental se convierte en un factor de sufrimiento.
El perfeccionismo no es lo mismo que tener estándares altos. La diferencia está en el vínculo emocional con el error, con la crítica y con uno mismo. Las personas perfeccionistas no solo quieren hacerlo bien: sienten que tienen que hacerlo perfecto para sentirse válidas.
Esto genera un ciclo difícil de romper:
- Anticipación del error → ansiedad.
- Ejecución sobrecontrolada → agotamiento.
- Autoevaluación rígida → culpa o vergüenza.
- Evitar volver a intentar → bloqueo.
Perfeccionismo visible vs. perfeccionismo oculto
- Dificultad para tomar decisiones.
- Parálisis ante tareas importantes.
- Postergación crónica por miedo a no estar “a la altura”.
- Baja tolerancia al error o a la crítica.
¿Qué podemos hacer?
La buena noticia: el perfeccionismo se puede trabajar. Existen estrategias, validadas por la literatura científica, que ayudan a modular este rasgo de personalidad y convertirlo en un aliado más saludable. Aquí algunas con evidencia:
1. Terapia Cognitivo-Conductual (TCC)
Es ampliamente aceptado que la TCC es una de las intervenciones más eficaces para trabajar el perfeccionismo clínico (Shafran et al., 2002; Egan et al., 2014). En especial:
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Identificar pensamientos automáticos como “si no lo hago perfecto, fracasé”.
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Reestructurar creencias centrales, como “mi valor depende de mis logros”.
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Exposición al error: practicar hacer tareas de forma deliberadamente “imperfecta” para reducir la ansiedad asociada.
2. Autocompasión
La práctica de la autocompasión (Neff, 2003) ha demostrado disminuir la autocrítica y aumentar el bienestar. ¿En qué consiste?:
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Reconocer el sufrimiento sin juzgarlo.
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Hablarte como lo harías a un ser querido.
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Recordar que errar es parte de la experiencia humana.
💡 Te proponemos este ejercicio breve: escribe una carta a ti mismo/a desde tu “yo compasivo”, respondiendo a un error reciente.
3. Establecimiento flexible de metas
El perfeccionismo suele vincularse a metas muy rígidas. Cambiar este patrón implica:
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Definir objetivos realistas y medibles.
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Permitir márgenes de error y revisión.
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Celebrar el proceso, no solo el resultado.
4. Mindfulness y regulación emocional
La práctica de mindfulness (Kabat-Zinn, 1990) favorece el desarrollo de la conciencia sin juicio, aspecto fundamental para trabajar la autoexigencia.
Ejercicio: Puedes comenzar con 5 minutos diarios de atención plena a tu respiración o usar apps con ejercicios guiados.
Mereces valorarte, no juzgarte constatemente
El ciclo del perfeccionismo promete seguridad, pero nos sumerge en ansiedad. Nos hace creer que si lo haces perfecto, entonces te sentirás bien. Pero el bienestar no se construye desde el juicio, sino desde la aceptación activa.
Quizá no se trata de hacer las cosas perfectas, sino de hacerlas con presencia, compromiso y humanidad.
Y tú, ¿te has sentido atrapada en este ciclo de “nunca es suficiente”? ¿Qué te dirías si te hablaras con más compasión?
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